Lectio Divina, II Domingo de Adviento, Ciclo B

“Prepárenle un camino al señor”

Marcos 1,1-8


Seguimos caminando en este tiempo de Adviento. La Iglesia como buena Madre y Maestra nos pone en tónica de espera para profundizar acerca del misterio amoroso y humilde de Dios humanado, ya que “De tal manera amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito para que todo el que crea en Él no perezca sino que tenga vida en abundancia” (Juan 3,16).  Preparémonos para que este mismo amor nos mueva a desea escuchar su Palabra y dejar que sea Él quien ajuste nuestra vida a su voluntad, siempre amorosa.


Invocatio:

Espíritu Santo, fuente de vida y amor, que me habitas:
¡Gracias por ayudarme a reconocer que sin tu auxilio me es imposible orar con el alma de quien se sabe inmerecedor de tanta gracia!
¡Gracias por ayudarme a visualizar las posibles resistencias que puedo llegar a poner como centro de este encuentro filial!
¡Gracias por encender en mi interior el deseo de Dios Padre; de sus palabras, de su silencio, de su abrazo, de su consuelo!
¡Gracias por venir en mi ayuda, Dulce huésped de mi pobre alma!
¡Ven Espíritu Santo! Ordena en mí lo que necesita ser ordenado, ajusta en mí lo que espera por ser ajustado, fortalece en mí lo que está débil, florece en mí lo que está brotando.
Amén.

Lectio:   Evangelio S. Marcos 1,1-8

Comienzo de la Buena Noticia de Jesucristo, Hijo de Dios.
Tal como está escrito en la profecía de Isaías:

Mira, envío por delante a mi mensajero
Para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto:
Preparen el camino al Señor, enderecen sus senderos.

Así se presentó Juan en el desierto, bautizando y predicando un bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados.
 
Toda la población de Judea y de Jerusalén acudía a él, y se hacía bautizar por él en el río Jordán, confesando sus pecados. Juan llevaba un manto hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero en la cintura, y comía saltamontes y miel silvestre. Y predicaba así: Detrás de mí viene uno con más autoridad que yo, y yo no soy digno de agacharme para soltarle la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado con agua, pero él los bautizará con Espíritu Santo.


Contextualización:  “Nos situamos en la introducción del evangelio según san Marcos. En este pasaje podemos distinguir:

1.   El título y enunciado del evangelio según san Marcos (1,1)
2.   La introducción del ministerio de Juan en el ámbito del desierto, como realización de las antiguas profecías (1,2-4)
3.   Un resumen de la respuesta de la gente ante la predicación de Juan (1,5)
4.   Una descripción de la persona de Juan: su atuendo y su alimento (1,6)
5.   El contenido de la proclamación del Mesías (1,7-8)”[1].


El evangelista san Marcos apertura el anuncio de la Buena noticia declarando la fe en Jesús, el hijo de Dios encarnado para la salvación de toda la humanidad.  Tal confesión invita a la comunidad de entonces y a la actual a reconocerle como la Persona en quien Dios manifiesta su fidelidad y cumplimiento a sus promesas anunciadas por los profetas; reconocerle, aceptarle y seguirle es la invitación latente en este texto bíblico.

“Tras referir muy sumariamente la misión de Juan (1,2-3), su predicación (1,4), su éxito (1,5) y su género de vida (1,6), el relato culmina en el anuncio del Bautista sobre Jesús (7-8).

La misión de Juan es la del profeta o mensajero divino que, llevando a cumplimento toda una serie de promesas antiguas, señala y prepara el inicio de una nueva era, la era mesiánica.  La cita bíblica de Isaías proclama con claridad este papel de Juan que, como precursor del Mesías, aparece para desaparecer de inmediato.  Actúa en referencia a otro y en función de otro.

Su predicación se lleva a cabo en el desierto, es decir, allí donde el pueblo de Israel había sido puesto a prueba y purificado.  Allí hace una nueva llamada a la purificación y a la conversión, dirigiéndose a un auditorio que representa la totalidad de los pueblos.  La acogida masiva de su llamada habla del carácter decisivo y determinante de la misma.  No es una simple réplica de otras llamadas precedentes.  Es la última y definitiva”[2]


Meditatio: ¿Qué me dice a mí el texto?

Nuestro Dios es el Dios de la revelación, como Él no existe nadie.  Desde el principio en la creación se manifiesta como el Creador cercano, amante, ocupado por sus criaturas; durante el proceso del éxodo se revela como el Dios que camina con su pueblo y que no se desentiende repentinamente de la lejanía de sus hijos, sino que a través de los profetas hace saber el “sí” rotundo y perpetuo de la comunión entre la humanidad y Él, tan añorada.

Al reconocer su amor desbordante en la encarnación de su Hijo, con una nueva y plena etapa de redención en el mundo preanunciada por el profeta Juan el bautista, quien no sólo declara su fe sino que anima a toda la humanidad a dejarse encontrar, habitar, salvar, bautizar por aquél que “Tiene más autoridad”, es necesario preguntarse, entre otras cosas:

·        ¿Cómo reconozco el “sí” rotundo y perpetuo de Dios en la relación filial que me propone?
·        ¿Qué me dice a mí el deseo de Dios que viva en conversión continua?
·        ¿Quiénes son hoy aquellos profetas que se suben a lo más alto de la montaña para proclamar el consuelo de Dios para con su pueblo?
·        ¿Con qué actitud espero a Jesús?
·         ¿Qué me dice la afirmación de Juan: “Detrás de mí viene uno con más autoridad que yo, y yo no soy digno de agacharme para soltarle la correa de sus sandalias”?
·        ¿Vivo con humildad la misión que Dios me ha dado de anunciar a Cristo y ser puente de encuentro con Cristo?


Oratio: ¿Qué le digo a Dios?

Padre Bueno, ante ti me presento como con la actitud de un girasol ante el sol; tu luz me atrae, pues en realidad sin ti no vivo, solamente existo.
Me presento ante ti con el agradecimiento más grande ante la llegada del Esperado, anunciada y cumplida en tu amor: “Por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que harán que nos visite una Luz de la altura, a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc 1,78).

Reconozco tu llamada a acoger con mayor humildad el deseo que pones en mí para decidir vivir, ayudada de tu Gracia, en conversión continua.
Te necesito, Papito Dios, para no caer en la desesperanza ante las caídas del día a día, sino a reconocerte siempre con tu “sí” rotundo y perpetuo para nuestra amistad.

Soy débil, Señor, y si me preguntas en este momento: ¿Me amas? Tú mejor que nadie conoces la respuesta que está brotando en mi interior en medio de este camino espiritual; intento amarte cada vez más profundamente, deseo aprender a amarte y amar a mis hermanos.
Anhelo amarte y reconociendo tu gracia y mi debilidad te digo, Señor: ¡Confío en ti, me entrego a ti, te sigo a ti!
Aumenta en mí la vida del don de la humildad que has sembrado en mi interior y permíteme que contemplando a tu profeta Juan comparta esta experiencia de encuentro contigo con palabras y obras.
 Amén.



Contemplatio: Escucho la voz y confesión del profeta Juan el Bautista en medio del desierto: “Detrás de mí viene uno con más autoridad que yo, y yo no soy digno de agacharme para soltarle la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado con agua, pero Él los bautizará con Espíritu Santo” y contemplando el amor hasta el extremo de Jesús, que viene hacia mí, me dejo amar, abrazar y salvar en el hoy de mi vida.


Actio: Pido la luz de su Espíritu para reconocer en qué situación de mi vida, esta Palabra me invita a renovar mi actitud discipular.

Brenda Ovalle, Novicia MAR






[1] Estudio Bíblico Dominical. Un apoyo para hacer la Lectio Divina del Evangelio del Domingo publicado en http://homiletica.org/fidelonoro/fidelonoro0072.pdf.  P.  Fidel Oñoro. cjm.
[2] El mensaje del Nuevo Testamento.  S. Guijarro. Casa de la Biblia. Pág. 137 

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